La inminencia, y en buena medida lo irremediable (“frenar el cambio climático, o responder a él lo suficiente para sostener nuestra ¿civilización?”, pag. 2, introducción), de algunas de las mutaciones más graves de la tragedia climática que evidencia el artículo, así como el “inevitable colapso social a corto plazo”, ha supuesto un tremendo choque emocional para sus muchos lectores (parece ser que ha sobrepasado los 110.000; muy poco usual, tratándose de un ensayo científico).
Este artículo traslada el foco de atención de ciertos núcleos activistas desde los cambios socio-tecnológicos y las medidas individuales que impidieran, o al menos redujeran, el incremento de la temperatura media del planeta, con el fin de mantener cierto estatus de vida social, a la adaptación humana, pura y dura, a la situación generada, mediante la renuncia a dicho estatus.
En definitiva, se trata de “adaptarse en profundidad” a la situación, el artículo ofrece a los lectores “una oportunidad de revisar su trabajo y sus vidas frente a un inevitable y cercano colapso social por el cambio climático”.
Mediante a) la “resiliencia”, o “la capacidad de adaptarse a las circunstancias cambiantes para sobrevivir con normas y comportamientos valiosos”; b) la renuncia, que implica que las personas y las comunidades deben abandonar ciertos activos, comportamientos y creencias en los que retenerlos sería peor, como retirarse de las costas, cerrar instalaciones industriales especialmente vulnerables y abandonar las expectativas de consumo; y c) la restauración, redescubriendo actitudes y enfoques que la civilización alimentada por hidrocarburos erosionó. Los ejemplos incluyen recuperar paisajes silvestres, que brindan beneficios ecológicos y requieren menos manejo, cambiar las dietas para que coincidan con las estaciones, redescubrir formas de juego no electrónicas y mayor productividad y apoyo a nivel comunitario.
Cierto es que buena parte de la humanidad, en América Latina, en algunas zonas de Asia, y, sobre todo, en África, está viviendo desde hace decenios en situación de perpetuo colapso social. El hambre, la falta de agua potable, la enfermedad, la guerra, son sus escenarios habituales. Igualmente lo es que las extinciones de especies son una realidad desde hace mucho, muchísimo tiempo. Pero, tengámoslo claro, también en estos temas, no hay situación, por mala que sea, que no se pueda empeorar. Y mucho.
Jem Bendell nos invita a la adaptación. Significa aceptar que el aumento de dos, tres, cuatro o más grados de la temperatura media, es, ya, inevitable, y los efectos de ello serán graves. Por ejemplo, la desaparición del hielo en la Antártida. Pero también las dificultades que se derivan de ese cambio climático, asimismo inevitables, y a corto plazo. Por ejemplo las pésimas cosechas, y, probablemente, el hambre, inminentes, incluso en Europa. Así como el aumento del nivel del mar. Y todo ello en periodos muy próximos, tanto como las dos próximas décadas, y probablemente antes.
Nuestro autor nos invita a abandonar el enfoque superacionista del problema: pretender que existen medidas tecnológicas que pueden evitar el incremento de las temperaturas sin cambiar radicalmente los proyectos personales y las estructuras sociales.
Esta es la perspectiva en la que la ONU y los Estados se reúnen periódicamente para hacer postureo acerca de las previsiones científicas.
Podemos añadir algo más a lo que dice Bendell, desde la perspectiva política. Pues, aun peor que en su enfoque, los dos programas políticos con posibilidades de acceder al poder en la mayoría de los países centrales, se mueven en el terreno del proyecto neoliberal de la plutocracia global. Y son, a saber:
Uno, el proyecto globalista, cuya meta es incrementar las diferencias sociales en las zonas hegemónicas mediante el arbitraje laboral, que implica la desvalorización del trabajo, haciendo luchar y competir a los pobres trabajadores de los países centrales, con los miserables de los países periféricos, mediante los acuerdos globales de comercio.
Otro, el proyecto racista-supremacista, cuya finalidad es convencer a los trabajadores de cada país que tienen los mismos intereses que las élites de poder, lanzando las culpas a los pobres trabajadores migrantes o a los pobres trabajadores que permanecen en sus zonas de origen. En el tema de la emisión de gases de efecto invernadero (y, en general, en los temas ecológicos) los globalistas proponen trasladar enormes masas de materia de una punta a la otra del globo; los racistas, se manifiestan contra el ecologismo.
Y, lo más chocante del caso, es que ambas vertientes del proyecto neoliberal, tratan de favorecer a los mismos, mediante la subvención de los grandes conglomerados de poder económico y la reducción de los impuestos… unos y otros nos venden esa moto, y a los unos y a los otros se la compramos.